viernes, 23 de marzo de 2012

Informe académico 1

HISTORIA DE UN LUGAR
Por Nelly Duarte


A principios del siglo pasado, Argentina, patria del mundo, era un país próspero y confiable. Abundaba el trigo, sobraban las vacas y no se debía dinero a nadie. Eran muchos los que podían ahorrar. Había seguridad y trabajo para todos. Argentina ocupaba el 6to lugar entre los países con menor índice de pobreza en el mundo.

Cuando estalló la guerra en Europa, cientos de miles de personas huyeron aterrorizadas. Muchos habían escuchado los comentarios acerca de este suelo generoso y prometedor. Y así, abandonando sus tierras y su pasado, eligieron este país para echar raíces y recomenzar sus vidas. Vinieron a hacerse la América, muchos de ellos, sólo con lo puesto, esperando trabajar y juntar el dinero para los pasajes de los familiares que no habían podido traer consigo.

Al  llegar aquí, a los inmigrantes todo les era desconocido, el país, el idioma, la gente...de a poco fueron conociendo las costumbres, las comidas, el conventillo donde ahora vivían.

Cuando el dolor crecía, iban para el  puerto, los barcos, en estas costas,  les recordaban el largo viaje y la enorme distancia que los separaba de su tierra de origen. Aquí en la nueva Patria todo era, por ahora una tremenda incógnita. Esas caminatas por el puerto aliviaban su nostalgia. Con que ansiedad buscaban las banderas, para descubrir la suya, entonces trataban de hacer silencio para escuchar una  palabra en el idioma propio, que cayera de golpe desde los  puentes del barco...

Según el Censo de 1914, el 81% de los comerciantes eran inmigrantes ilegales, representaban el 1/3 de la población total.  Muchos se dedicaron a la gastronomía, abriendo bares, fondas, confiterías, bodegones, rotiserías, almacenes, panaderías  y restaurantes.

Esta influencia de inmigrantes, con sus costumbres, sumada a las sabrosas y típicas comidas criollas, hicieron de la Argentina uno de los lugares donde mejor se come en el mundo.

Yo también fui inmigrante, y también viví en Argentina, como la mayoría me instalé en un conventillo, después de algunos años me ubiqué en la misma cuadra, en un lugar más apropiado parra desenvolver mis actividades. Y ahí me quedé, a pasos del Congreso, en la avenida Rivadavia.

Bellagamba es mi nombre desde siempre. Bellagamba es el sabor casero de las comidas que desde hace casi un siglo se elaboran en Balvanera al sur, donde la historia cotidiana de la Argentina me dejó  una película blanco y negro, también una foto color   en la digital cámara del tiempo. Buenos Aires me dejó oír el susurro de las cacerolas, las sirenas de los bomberos y los bocinazos provocados por el último piquete.

Se dice que los viejos recordamos con claridad lo que pasó hace mucho tiempo, más que lo  ocurrido ayer. Son precisamente los recuerdos los que me transforman casi en cuerpo vivo. Atesoro en la memoria  todo lo que cuentan los libros de Historia Argentina, de esa Historia Grande de los últimos 100 años. Pero es la historia cotidiana la que se hace visible en las cicatrices de  mis mesas, en las heridas de mis paredes y en la sonrisa cómplice del visitante, que sin saber porqué detiene su vista en las viejas publicidades de otros tiempos..

Esta es la historia, la que no cuentan los libros de historia, la que se formó a lo largo de 100 años por mi vereda. Con los inmigrantes llegando desde el puerto con sus valijas de cartón y sus baúles a cuestas, con el deseo de que sus hijos nazcan en esta tierra bendita, lejana, desconocida, ó los recién llegados del interior, en busca de trabajo, con el diario “Crítica” bajo el brazo. Todo pasó.

Todos pasaron por este lugar de Buenos Aires, en este barrio de Balvanera alias Congreso.
Supe de la Casa del Pueblo, con la biblioteca más importante de Sud América, en cuya imprenta clandestina se editaba por las noches el diario socialista “La Vanguardia”, opositor al régimen de Perón. Presencié con terror aquel incendio de hace 50 años que la destruyó totalmente.
También pasaron los enfrentamientos entre peronistas y radicales, entre socialistas y peronistas. La impresionante marcha de la Unión Democrática, aquel verano del 46, como oposición a la candidatura de Perón Todo pasó, como las manifestaciones de las mujeres peronistas con antorchas gritando “Sin corpiño y sin calzón, somos todas de Perón””, también  “Alpargatas sí, libros no”
También pasó Félix Luna, quien de niño alguna vez robó aceitunas, mientras esperaba ser atendido. Y Alicia Moreau de Justo, una de las primeras médicas argentinas, luchadora, de ideas claras, esposa del dirigente Juan B. Justo. Y doña Tita Merello y el vecino Carlos Gardel. Inolvidable el Himno Nacional que cantaron en Rivadavia y Rincón, cuando Delfo Cabrera y Pascualito Pérez obtuvieron el oro en las Olimpíadas de Londres de 1948. Todos pasaron.

Como el viejo tranvía que pasaba a escasos metros dejando bajar al Vasco grandote con su carga de leche y de crema, para elaborar  delicias a mis clientes
 Alfredo Palacios ó Lisandro de la Torre que encargaban el pollo al spiedo a leña para llevarlos al salir de sesiones del Congreso, ó el lechón navideño, que algunos vecinos me encargaban ya en Noviembre.

Recuerdo cuando sentí latir la tierra bajo mis cimientes, estaba pasando el  subte y el último trote del carro de “La Panificadora” en el adoquín que hoy yace bajo el asfalto,  los primeros automóviles, así también los sollozos del 26 de Julio de 1952.

Si bien todo pasó por mi vereda también todo pasó entre las cuatro paredes de mi cocina, donde ya no está la heladera a hielo, ni los calentadores a kerosén. La heladera de cuatro puertas de madera y plomo se transformó en un compacto freezer. Todo pasó. El palo de amasar se convirtió en sobadora rotativa, la cocina a leña dio lugar a herramientas de programación automática.

En esas décadas pasadas el  vino se servía desde el barril y la cerveza no tenía nombre propio. Hoy todo es distinto menos el sabor de nuestras comidas, que ha perdurado a través del tiempo.
En la segunda y tercera década del siglo pasado la vida social de Buenos Aires era intensa. Los porteños se entretenían tomando café en el “Tortoni”, donde se reunían los intelectuales, ó en el “Café de los Angelitos” en cuya terraza y bajo su glorieta, se cenaba mientras la “Orquesta de Señoritas” con sus trajes de colores, amenizaba la velada.  A muchos les gustaba “Flores Porteñas” para un copetín a la salida del trabajo.

Para el té con masas “La Ideal” ó la reaparecida “Las Violetas”, aunque la preferida era la confitería “Del Molino”.
Pero si había que recibir visitas a la hora de comer, no había opciones sólo Bellagamba podía ofrecer sus exclusividades gastronómicas, sus afamados fiambres y quesos, las exquisitas pastas caseras, las mejores carnes, los mejores lechones y pavos rellenos. Lo mejor de lo mejor.

En las primeras décadas de 1900, no obstante el conflicto armado  de Europa, y la Argentina, con una población heterogénea, podía contar ya con una Universidad Estatal libre y gratuita; una clase política de hombres esclarecidos, grandes extensiones de tierra para ser cultivadas, una clase obrera consciente de su protagonismo socioeconómico y un apetito cultural manifestado en las Artes y en las Letras.

Todo parecía indicar que la Argentina era la tierra elegida por Dios. Muchos aspectos de la vida cotidiana que parecían bien encaminados para siempre, con el tiempo  se desdibujaron. Poco fue lo que quedó de aquellas imágenes de esplendor, que correspondieron a un tiempo histórico.

El ambiente del viejo barrio se transformó, perdió ciertas características de su fisonomía, adquirió  otras, peores, mejores.... Pero en medio de estas transformaciones, yo Bellagamba permanecí fiel, inalterable, arraigado en el pasado, pero con el temperamento de la juventud.
Es que este es  un ambiente que cada uno lo siente propio. Estar cerca de ese calor de hogar trae recuerdos y hasta hay espacio para pensar en el futuro. Las puertas nunca se cierran, a cada hora alguien puede llegar en busca de descanso, comida ó compañía. Pero detrás de esas puertas está el más preciado tesoro: la magia, esa magia acumulada en el tiempo, que aportó con su presencia cada uno de nuestros comensales, los famosos y los anónimos Y un poco de esa magia a su vez se la llevan día a día nuestros clientes.
Magia que se encuentra en cada  plato, se filtra en las conversaciones y explota con la espuma de la cerveza, es  encanto que se comparte.
Magia que vive en Bellagamba Bodegón.