HISTORIA DE UN LUGAR
Nelly Duarte
A principios
del siglo pasado, Argentina, patria del mundo, era un país próspero y
confiable. Abundaba el trigo, sobraban las vacas y no se debía dinero a nadie.
Eran muchos los que podían ahorrar. Había seguridad y trabajo para todos.
Argentina ocupaba el 6to lugar entre los países con menor índice de pobreza en
el mundo.
Cuando estalló
la guerra en Europa, cientos de miles de personas huyeron aterrorizadas. Muchos
habían escuchado los comentarios acerca de este suelo generoso y prometedor. Y
así, abandonando sus tierras y su pasado, eligieron este país para echar raíces
y recomenzar sus vidas. Vinieron a hacerse la América, muchos de ellos,
sólo con lo puesto, esperando trabajar y juntar el dinero para los pasajes de
los familiares que no habían podido traer consigo.
Al llegar aquí, a los inmigrantes todo les era
desconocido, el país, el idioma, la gente...de a poco fueron conociendo las
costumbres, las comidas, el conventillo donde ahora vivían.
Cuando el dolor
crecía, iban para el puerto, los barcos,
en estas costas, les recordaban el largo
viaje y la enorme distancia que los separaba de su tierra de origen. Aquí en la
nueva Patria todo era, por ahora una tremenda incógnita. Esas caminatas por el
puerto aliviaban su nostalgia. Con que ansiedad buscaban las banderas, para
descubrir la suya, entonces trataban de hacer silencio para escuchar una palabra en el idioma propio, que cayera de
golpe desde los puentes del barco...
Según el Censo
de 1914, el 81% de los comerciantes eran inmigrantes ilegales, representaban el
1/3 de la población total. Muchos se
dedicaron a la gastronomía, abriendo bares, fondas, confiterías, bodegones,
rotiserías, almacenes, panaderías y
restaurantes.
Esta influencia
de inmigrantes, con sus costumbres, sumada a las sabrosas y típicas comidas
criollas, hicieron de la
Argentina uno de los lugares donde mejor se come en el mundo.
Yo también fui
inmigrante, y también viví en Argentina, como la mayoría me instalé en un
conventillo, después de algunos años me ubiqué en la misma cuadra, en un lugar
más apropiado parra desenvolver mis actividades. Y ahí me quedé, a pasos del
Congreso, en la avenida Rivadavia.
Bellagamba es
mi nombre desde siempre. Bellagamba es el sabor casero de las comidas qudesde
hace casi un siglo se elaboran en Balvanera al sur, donde la historia cotidiana
de la Argentina
me dejó una película blanco y negro,
también una foto color en la digital
cámara del tiempo. Buenos Aires me dejó oír el susurro de las cacerolas, las
sirenas de los bomberos y los bocinazos provocados por el último piquete.
Se dice que los
viejos recordamos con claridad lo que pasó hace mucho tiempo, más que lo ocurrido ayer. Son precisamente los recuerdos
los que me transforman casi en cuerpo vivo. Atesoro en la memoria todo lo que cuentan los libros de Historia
Argentina, de esa Historia Grande de los últimos 100 años. Pero es la historia
cotidiana la que se hace visible en las
cicatrices
de mis mesas, en las heridas de mis
paredes y en la sonrisa cómplice del visitante, que sin saber porqué detiene su
vista en las viejas publicidades de otros tiempos..
Esta es la
historia, la que no cuentan los libros de historia, la que se formó a lo largo
de 100 años por mi vereda. Con los inmigrantes llegando desde el puerto con sus
valijas de cartón y sus baúles a cuestas, con el deseo de que sus hijos nazcan
en esta tierra bendita, lejana, desconocida, ó los recién llegados del interior,
en busca de trabajo, con el diario “Crítica” bajo el brazo. Todo pasó.
Todos pasaron
por este lugar de Buenos Aires, en este barrio de Balvanera alias Congreso.
Supe de la Casa del Pueblo, con la
biblioteca más importante de Sud América, en cuya imprenta clandestina se
editaba por las noches el diario socialista “La Vanguardia”, opositor
al régimen de Perón. Presencié con terror aquel incendio de hace 50 años que la
destruyó totalmente.
También pasaron
los enfrentamientos entre peronistas y radicales, entre socialistas y
peronistas. La impresionante marcha de la Unión Democrática,
aquel verano del 46, como oposición a la candidatura de Perón Todo pasó, como
las manifestaciones de las mujeres peronistas con antorchas gritando “Sin
corpiño y sin calzón, somos todas de Perón””, también “Alpargatas sí, libros no”
También pasó
Félix Luna, quien de niño alguna vez robó aceitunas, mientras esperaba ser
atendido. Y Alicia Moreau de Justo, una de las primeras médicas argentinas,
luchadora, de ideas claras, esposa del dirigente Juan B. Justo. Y doña Tita
Merello y el vecino Carlos Gardel. Inolvidable el Himno Nacional que cantaron
en Rivadavia y Rincón, cuando Delfo Cabrera y Pascualito Pérez obtuvieron el
oro en las Olimpíadas de Londres de 1948. Todos pasaron.
Como el viejo
tranvía que pasaba a escasos metros dejando bajar al Vasco grandote con su
carga de leche y de crema, para elaborar
delicias a mis clientes
Alfredo Palacios ó Lisandro de la Torre que encargaban el
pollo al spiedo a leña para llevarlos al salir de sesiones del Congreso, ó el
lechón navideño, que algunos vecinos me encargaban ya en Noviembre.
Recuerdo cuando
sentí latir la tierra bajo mis cimientes, estaba pasando el subte y el último trote del carro de “La Panificadora” en el
adoquín que hoy yace bajo el asfalto,
los primeros automóviles, así también los sollozos del 26 de Julio de
1952.
Si bien todo
pasó por mi vereda también todo pasó entre las cuatro paredes de mi cocina,
donde ya no está la heladera a hielo, ni los calentadores a kerosén. La
heladera de cuatro puertas de madera y plomo se transformó en un compacto
freezer. Todo pasó. El palo de amasar se convirtió en sobadora rotativa, la
cocina a leña dio lugar a herramientas de programación automática.
En esas décadas
pasadas el vino se servía desde el
barril y la cerveza no tenía nombre propio. Hoy todo es distinto menos el sabor
de nuestras comidas, que ha perdurado a través del tiempo.
En la segunda y
tercera década del siglo pasado la vida social de Buenos Aires era intensa. Los
porteños se entretenían tomando café en el “Tortoni”, donde se reunían los
intelectuales, ó en el “Café de los Angelitos” en cuya terraza y bajo su
glorieta, se cenaba mientras la “Orquesta de Señoritas” con sus trajes de
colores, amenizaba la velada. A muchos
les gustaba “Flores Porteñas” para un copetín a la salida del trabajo.
Para el té con
masas “La Ideal”
ó la reaparecida “Las Violetas”, aunque la preferida era la confitería “Del
Molino”.
Pero si había
que recibir visitas a la hora de comer, no había opciones sólo Bellagamba podía
ofrecer sus exclusividades gastronómicas, sus afamados fiambres y quesos, las
exquisitas pastas caseras, las mejores carnes, los mejores lechones y pavos
rellenos. Lo mejor de lo mejor.
En las primeras
décadas de 1900, no obstante el conflicto armado de Europa, y la Argentina, con una
población heterogénea, podía contar ya con una Universidad Estatal libre y
gratuita; una clase política de hombres esclarecidos, grandes extensiones de
tierra para ser cultivadas, una clase obrera consciente de su protagonismo
socioeconómico y un apetito cultural manifestado en las Artes y en las Letras.
Todo parecía
indicar que la Argentina
era la tierra elegida por Dios. Muchos aspectos de la vida cotidiana que
parecían bien encaminados para siempre, con el tiempo se desdibujaron. Poco fue lo que quedó de
aquellas imágenes de esplendor, que correspondieron a un tiempo histórico.
El ambiente del
viejo barrio se transformó, perdió ciertas características de su fisonomía,
adquirió otras, peores, mejores.... Pero
en medio de estas transformaciones, yo Bellagamba permanecí fiel, inalterable,
arraigado en el pasado, pero con el temperamento de la juventud.
Es que este
es un ambiente que cada uno lo siente
propio. Estar cerca de ese calor de hogar trae recuerdos y hasta hay espacio
para pensar en el futuro. Las puertas nunca se cierran, a cada hora alguien
puede llegar en busca de descanso, comida ó compañía. Pero detrás de esas
puertas está el más preciado tesoro: la magia, esa magia acumulada en el
tiempo, que aportó con su presencia cada uno de nuestros comensales, los
famosos y los anónimos Y un poco de esa magia a su vez se la llevan día a día
nuestros clientes.
Magia que se
encuentra en cada plato, se filtra en
las conversaciones y explota con la espuma de la cerveza, es encanto que se comparte.
Magia que vive
en Bellagamba Bodegón.
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